1 de septiembre de 2009

18

Son las doce de la noche. Alguien da un golpe contra los barrotes de su celda y repentinamente recupero la voz que había perdido. Entones en un momento de euforia me apetece dar un poco de guerra. Así es que grito:

-¿Hay alguien vivo por ahí o algún funcionario de mierda para tocar los cojones? -sabiendo que hay gente despierta que escucha y que enseguida vendrá el funcionario que esté de guardia a reprenderme por dar voces a estas horas.

Nadie contesta. Pero el golpe en los barrotes se repite y al instante pierdo de nuevo la voz, como por ensalmo, y justo cuando el funcionario de turno llega a pedirme que me calle:

-¡Cállate 2114, no busques problemas en mi turno, no seas majadero! -Dice susurrando junto a los barrotes de mi celda al tiempo que me alarga un Ducados.

Como acabo de perder la voz ya no puedo responderle, ni montar más nada. Saco con la boca el pitillo para acercarlo a la lumbre del mechero que me ofrece. «Otra vez será, canarín de presidio», pienso con el pico iluminado y un barrote fresco a cada lado de la cara.