16 de junio de 2010

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Como ya he dicho, aquí hay tiempo para leer. Armado con un diccionario (de cuyo privilegio disfruto por ser presidiario ya viejo) he descubierto a Pablo Palacio, he descubierto el significado de sus bellas palabras. Mientras, ahí fuera, arde la estación de la poesía.
No he podido resistir una especie de atracción magnética que nace entre algunas de esas palabras. Se han juntado en una especie de poema (¡con rima!):

¡Treme, treme; ababol bajo el oreo!
Treme, treme; piélago adunco de flores blancas e intemperadas.

Treme, treme; prima del junco con sangre en la punta
Treme, treme; en mayo, un mar de amapolas libres atraviesa la enrejada.

¡Treme, treme; que nadie sepa que ocultas
Opio puro, bajo tu tallo verde y tu piel blanca.